Somos de una parte cocineros y de la otra hortelanos y amamos las dos de igual manera. La simbiosis entre cocina y huerta es el latido de nuestra filosofía gastronómica. Las cocinas y las huertas se necesitan las unas a las otras. Cocinar y cultivar son dos conceptos inseparables, totalmente interdependientes y un dúo íntimo que refleja las necesidades y deseos del otro.
Se proveen y se definen la una a la otra y no anhelan nada más. Cuanto más entrelazadas están, mejor para cada una de ellas. Es una relación perfecta y pura, una harmonía como ninguna otra. Para nosotros, servir a esta relación ha sido una experiencia fortalecedora.
En lo más básico, la relación entre cocina y huerta es un ciclo de preparación, sembrado, cultivado, recolección, cocinado, compostaje. Y así se repite indefinidamente. Una vez que el equilibrio es el acertado, una huerta proveerá sin fin a una cocina y la cocina hará lo mismo a cambio.
Una huerta se convierte en una despensa y, según va floreciendo, también lo hará la cocina. Así que cuando se llena, la cocina simplemente tiene que entrar en acción. Armado con una abundancia de producción, el horticultor ahora tiene inspiración, tiene razones para experimentar, crear, conservar y jugar con toda esa producción en la cocina.
A cambio de esa abundancia, la cocina abastece a su generoso proveedor con el combustible vital y esencial que una huerta necesita para que continúe con la entrega de semejante abundancia de producción. El compost. Uno de los elixires más mágicos, dadores de vida, que la naturaleza ofrece del cual todas las huertas son dependientes.
El compost es uno de los pilares de cualquier huerta sostenible y la cocina es el principal proveedor. Olvidaros de convertir el agua en vino, la transformación de lo sobrante de una cocina en la más perfecta fuente de energía imaginable para las plantas es un verdadero milagro de magnitud religiosa. La cocina no tiene rival a la hora de proveer ingredientes para producir el compost de calidad que nuestras huertas desean.
Y de esta manera, el círculo se completa. Una huerta saludable genera una cocina saludable y viceversa. Además, el resultado nutritivo de esta sinergia acaba en nuestros platos y no podría ser más tentador. Brilla, resplandece, casi nos guiña un ojo, conocedor de que es exactamente lo que tendríamos que estar comiendo. Y nos sienta genial.